martes, marzo 15, 2016

El olor de mi jardin

Pasaba horas jugando en el patio de mi jardín de infantes, sola, en los juegos, en el arenero. La hamaca, el tobogán, la calesita de caños de colores, que empujaba para que girara, corriendo sola, y cuando tomaba velocidad me subía para tener esa sensación de mareo que embriaga y a tus 5 años te hace sentir un poco como la Mujer Maravilla. O pasaba el rato en la cocina charlando con la cocinera que todos los días nos preparaba la merienda. El te con leche con el pan que cada uno llevaba todos los días. 
Antes de ir al jardin, con mamá almorzábamos todos los días en el comedor del Hotel Saladillo. No eramos las unicas. Iban varias familias. Mi familia, mi mama y yo, teníamos preferencia por las milanesas con papas fritas y ensalada de tomate y pepino. Antes de irnos, mamá envolvia un pancito en una servilleta de papel y la ponía en mi bolsita del jardin, para la merienda. Y nos ibamos las dos al jardin. Yo a mi salita y ella a dirección. Yo era la hija de la directora. Por eso, cuando todos los nenes se iban a sus casa, yo me quedaba en el jardín esperando que mi mamá terminara su trabajo. Seguramente era poco tiempo, porque no recuerdo ver la tarde oscurecer en el patio del jardin. Pero para mi era eterno. Recuerdo el interminable momento de soledad entre los juegos, la arena y la cocina. 
El jardin tenia un olor particular. A nada y a todo. Como cuando uno entra a la casa de un amigo, muchas veces y al entrar siente el olor particular de esa casa, de esa familia. Olor con identidad. El jardin tenia olor con identidad. 
Hace unos años, después de muchos, ya sin mamá, me invitaron a un acto por el aniversario del jardín y fui. El Jardín es otro, fue renovado, mejorado y pasaron muchos años, alumnos y maestras. Las paredes lucían distintas, el piso y los guardapolvos. Pero yo estaba feliz de revivir un rincón de mi infancia en ese lugar.Cuando egresamos del jardín, vamos a primaria, secundaria, despues estudiamos o trabajamos, o las dos cosas, formamos familia, la vida avanza y somos otros, pero en algún rincón, adentro nuestro, nada cambia, la esencia es la misma, porque cuando fui a la cocina a tomar agua, algo me golpeo de frente, me sacudió la realidad y me llevo de viaje a los días idílicos de juegos solitarios y calesitas, hamacas y arenas. Invadió mi aire de frente y me emociono. Volví a mama. Era ese olor con identidad. Estaba ahí. El olor de mi infancia. Era nena otra vez, en la cocina del jardín. 

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