lunes, diciembre 04, 2017

Los deseos van al viento

Cuando fue la primera vez que sople una flor de panadero pidiéndole un deseo, no lo recuerdo. Es como si hubiese nacido conociendo este ritual de pueblo que me ayudaba a mitigar la rabia y el dolor de algunas injusticias de la infancia soplando deseos. Soplaba tantos deseos como podía, pidiendo cualquier evento mágico y sobrenatural que pudiera ayudarme en ese preciso instante, o  acumulando promesas de la vida, deseos a futuro, que la vida debía prometerme hacerlos realidad. Algo así como un plazo fijo de deseos, a largo plazo, cuyos intereses serían sorpresa. ¿Que me depararía la vida?
Los primeros amigos de la infancia son los vecinos, y tuve la fortuna de pasar esos años difíciles con un grupo incansable para jugar al matasapo, a la pelota, a la escondida y para andar en bicicleta. Ellos también soplaban panaderos. No se que pedirían, pero quizás ellos también sentían que había cosas inexplicablemente injustas y depositaban sueños en la cuenta de deseos, soplando La Flor del Panadero. 

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