Cuando fue la primera vez que sople una flor de panadero pidiéndole un deseo, no lo recuerdo. Es como si hubiese nacido conociendo este ritual de pueblo que me ayudaba a mitigar la rabia y el dolor de algunas injusticias de la infancia soplando deseos. Soplaba tantos deseos como podía, pidiendo cualquier evento mágico y sobrenatural que pudiera ayudarme en ese preciso instante, o acumulando promesas de la vida, deseos a futuro, que la vida debía prometerme hacerlos realidad. Algo así como un plazo fijo de deseos, a largo plazo, cuyos intereses serían sorpresa. ¿Que me depararía la vida?
Los primeros amigos de la infancia son los vecinos, y tuve la fortuna de pasar esos años difíciles con un grupo incansable para jugar al matasapo, a la pelota, a la escondida y para andar en bicicleta. Ellos también soplaban panaderos. No se que pedirían, pero quizás ellos también sentían que había cosas inexplicablemente injustas y depositaban sueños en la cuenta de deseos, soplando La Flor del Panadero.
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